-REPORTAJE-
Si le preguntásemos a la gente que va caminando por la
calle (y de forma más o menos consciente, mira las “pintadas”), la gran mayoría
dejaría entrever una visión negativa de ellas; pero lo que no podemos olvidar
es que existe una doble división dentro de este particular mundo, bastante
cerrado para los no iniciados.
Conviven un arte urbano clandestino, ilegal, de vigilar y
si se tercia silbar, avisando a tu crew
–pandilla con la que compartir firmas, iconos e incursiones nocturnas- de que
se acerca la policía, a veces incluso toca correr; y otro grafiti que actúa a
plena luz, y tanto decora un establecimiento como la ciudad en sí, por encargo
de los poderes públicos. Que persiguen a los primeros, claro. Obviamente, las
líneas no siempre son tan claras: a veces un mismo grafitero actúa como
profesional y en las sombras en distintos momentos de su vida o incluso de la
jornada.
Por otro lado, están quienes se dedican al “bombing”,
bombardear el máximo número de paredes, llenar la ciudad de sus propias
huellas; y los que buscan un buen muro e intentan desarrollar un estilo propio
y un trazo estético en él.
“Ahora, gracias a
Internet, es más fácil dar a conocer las obras. Muchos tienen cuentas de
Instagram”.
Hoy, Carlos (Talos)
pertenece al segundo grupo en las dos clasificaciones. Para él, el grafiti
empezó siendo una forma de escapar de todo. Ahora, tras quince años, es una
forma de vida a la que se dedica plenamente y de manera profesional.
Comenzó a hacer esbozos en papel en los primeros años de
la ESO. Ponía los nombres de sus colegas o el suyo. Un día cogió unos botes y
empezó a firmar por ahí y, en sus propias palabras, “hacer un poco el vándalo”. Poco a poco fue haciéndose con más
botes. Empezó con encargos pequeños, gente que sabía de su faceta con los
aerosoles y tenía locales para que pintara. Talos trabajaba en el sector de las
Telecomunicaciones, pero los encargos de grafiti empezaron a generar más
beneficios, y cada vez costaban menos tiempo de elaboración.
Un día le surge la posibilidad de montar una empresa de
diseño con un amigo fotógrafo y a partir de ahí corta de golpe con su empleo anterior
para dedicarse plenamente a pintar. Realiza unos seis o siete encargos grandes
al año, aunque es una cifra muy variable. Puede encontrarse con que en un mes
abren tres locales que necesitan sus servicios y luego tirarse dos meses
parado. Cree que poco a poco son vistos con mejores ojos, pero aún así la imagen
que la sociedad tiene de los grafiteros no es positiva. No piensa que haya
grandes diferencias entre uno “de calle” y uno profesional, más allá de que uno
pinta sólo cuando quiere, el otro también cuando se lo encargan.
Defiende al gremio: “al
final, hay mierda por todos lados y depende de lo que la gente considere que le
molesta más o menos. Personalmente, a mí me incordian tantos coches y demás.
Todo depende de la mentalidad que tenga la sociedad. En realidad, lo que la
gente pide es que los grafiteros hagan algo bonito, pero eso es muy difícil
cuando tienes detrás a la policía. Convivimos constantemente con carteles
publicitarios. Lo único que nos diferencia es que ellos han pagado por estar
ahí. Nosotros lo que hacemos es plasmar obras artísticas de manera gratuita,
para que la gente lo vea. En definitiva, regalamos arte mientras nos jugamos
nuestra integridad y economía.”
Grafiti
de Talos
Aunque reconoce que hay muchas perspectivas del grafiti.
La parte egocéntrica, por así decirlo, del grafitero bombardero, que sólo
quiere ver su nombre en todos los lados; y luego está el que encuentra una
esquina apropiada y busca realizar algo más artístico. “Al final todo depende de quién lo vea, quién lo haga y cómo lo haga”.
Talos mantiene que dentro de cien años se va a estudiar el
arte urbano, aunque ahora no guste, como movimiento artístico de varias décadas
y generaciones. “No hay otro que haya
revolucionado como este. Traspasar todos los tipos de arte –el dibujo, el
cómic…- y llevarlos a la calle.”
Defiende también que hay propuestas que pueden ser
beneficiosas para la ciudad y los grafiteros, pero normalmente se tumban por su
visión negativa e ilegal. “Quizás, si
fuese una persona de Bellas Artes, aún pintando peor, tendría más cabida.”Al
preguntarle si hay asociaciones en el grafiti, contesta: “lo que hay son agrupaciones, como “Writers Madrid” o “Writers
Barcelona”, o aquí en Ordes la gente de “Dios que te crew”. Más que nada son
eso, crews, en un término coloquial, yo pertenezco a dos, que van creciendo
pero mediante vínculos verbales, simbólicos, no a nivel de asociación
propiamente dicha. Gente que se mueve junta y hacen cosas pero no de manera
oficial.”
El del grafiti es un mundo muy cerrado, y sus
practicantes desconocidos para el gran público, pero se controlan entre sí.
Cuando pintas grafiti, te fijas. Al caminar, al viajar en autobús, tus ojos se
pierden contra las paredes y dialogan con ellas: qué grafitis hay, quién los ha
hecho, cuáles podría hacer yo. La ciudad como un gran lienzo, una oportunidad.
“Cuando realmente te das cuenta de que
estás enganchado a esto, es cuando estás delante del juez pensando tu próxima
pieza”.
Gatos, al contrario que Talos,
nos ha hablado de la vertiente más clandestina del grafiti. “Pintar aquí –en Galicia- son 3.000 euros si te pillan. Los que
pintan ilegal son los grupos más cerrados porque se están jugando mucho.”
Él nos acerca a la terminología del grafiti: desde insultos como “trollaco” –el
que sólo busca la fama- o “toy” –quien pinta en sitios fáciles-; a tendencias.
El “Throw up”, o “getting up”, sería pintar en sólo cinco minutos un muro. No
importa tanto la calidad sino la cantidad.
El concepto de “toy” no es baladí: muchos arriesgan su
integridad para pintar en sitios peligrosos, y no nos referimos sólo al acecho
de la policía. Se meten en túneles y hace un año cerca de Oporto murieron dos
chavales en los trenes, uno de los más importantes fetiches. Un colega de Gatos tuvo una fractura al caer en un
raíl de alta tensión. Dentro de esta cultura, el respeto es muy importante y se
gana más rápido pintando en lugares arriesgados que haciendo murales bonitos. Comenta
Gatos que “en Nueva York un tío se hizo muy famoso y hacía una basura, churrazos.
Se dedicaba a pisar a los demás, es decir, pintar por encima de los grafitis de
otros, que es la mayor ofensa que se puede hacer aquí, como declarar una guerra.
Al final descubrieron que el tipo medía dos metros… A ver quién se metía con
él.”
Gatos trabajaba doce horas al día y luego iba a desconectar
con los amigos. Al contrario que Talos,
opina que “comerse la olla” con lo que quiere otro no es desconectar, y por eso
no acepta encargos. En sus propias palabras, convertir en trabajo algo que era
una válvula de escape es un problema.
Niega que haya una gran relación con otras vertientes de
la llamada cultura hip-hop: “a la gran mayoría el rap no le importa”. Nos habla
de círculos bastante cerrados. Si vas a mirar por casualidad, no te enterarás
de nada; porque el grafitero quiere dar a conocer su obra, no a la persona. Que
se hable de ti no por quién eres, sino por lo que haces. Banksy sigue siendo
alguien indeterminado. Ésta es una gran diferencia con el arte comercial/
formal, donde el artista intenta imponer su personalidad.
Grafiti de Gatos
Cuando a Talos le encargan un trabajo, realiza
un gran proceso profesional. Analiza lo que el local ofrece, su ubicación, el
negocio y su nombre, los ambientes que pueden quedar bien… Lo mira desde una
perspectiva de marketing. En base a
esto, llega a un acuerdo con el cliente. Al finalizar el análisis, entrega los
bocetos y realiza el trabajo usándolos como referencia, pero dejando un poco de
margen para la imaginación de cara al resultado definitivo. Hace el trabajo lo
mejor que puede, factura y se va.
En cuanto a si el sistema
educativo podría favorecer un cambio de la imagen que tiene la sociedad del
arte urbano, colabora con el Colegio Santa Apolonia, en el barrio de Conxo;
donde hace unos años implantaron un aula dedicada al grafiti. Allí da clases Talos, intentando instaurar una imagen
alejada del grafitero “malote”. Enseña el grafiti en su técnica y su faceta de obra
artística. Cómo utilizar el spray, dónde puedes hacerlo, dónde no… Lo que
quiere es que vean al grafiti no como algo ilegal, sino una parte de nuestras
ciudades y su riqueza.
Grafiti de Talos
Ve incoherente que hoy te
denuncien por pintar en una casa abandonada en las afueras, y mañana te llamen
desde el Ayuntamiento para que participes en un evento cultural. “Es todo un poco hipócrita, te […] porque en
ocasiones lo haces de manera ilegal pero pese a todo eres guay y mola contar
contigo cuando convenga. Por eso, a mí no me gusta este juego, prefiero hacerlo
de la manera en que lo hago, tratar con clientes normales sin depender de
Ayuntamientos ni organizaciones.”
Le alegra la iniciativa
desarrollada por algunos medios de comunicación de dar una mejor imagen del
grafiti, como Luar, donde se realizan actuaciones de este tipo cada semana; y
la de gente como el mencionado Banksy, que aunque no haga lo que se considera
por definición grafiti, ayuda a que se hable de él en los medios de manera
positiva.
Talos
concluye: “te paras donde concedieron un mural en el que has trabajado durante
varios días, y escuchas a la gente decir qué bonito, qué maravilla; y si pasas
por la puerta de un garaje en la que hay cuatro firmas y sigue siendo grafiti,
la gente ya se queja, aunque fuese la misma persona el que ha hecho el mural y
las firmas, y no se paran a pensar en lo que es o lo que significa.”
Por eso dice que depende de quién lo vea, y cómo es todo
contradictorio, en la vida o al menos en el arte. “Hay gente a la que le gustan las obras de Picasso y a otros les parece
una porquería. O quizás alaban un mal trabajo suyo, por el simple hecho de haberlo creado él
y rajan de otra obra creada por un desconocido, pero que es mucho mas técnica. En los medios pasa lo
mismo, a mí me tienen llamado para tratar el tema de una manera positiva y
tener ese mismo día, en la página de al lado, una sección de foto-denuncia en
la que se critican los grafitis. Al final, no deja de ser un vaivén, una
pequeña locura.”
-CONTINÚA EL LUNES 30-