A pesar de la experiencia de Talos, Gatos no cree que
el grafiti sea, de todos modos, un negocio rentable. “Como mucho sobrevives. Además aquí no hay mercado, son ciudades
relativamente pequeñas. Si un solo grafitero pintara cada semana un local, a
final de año no le quedarían locales por pintar. ¿Y para el año siguiente?” Aunque
puede haber un nicho de mercado en la relación entre grafiti y el tatuaje. Gatos fue a Asturias a una
concentración y diez de quince eran tatuadores. Todos estaban tatuados. El
tatuaje te da la oportunidad de unir tu trabajo a algo artístico, y además las
mejoras se retroalimentan. Estima que sólo tres o cuatro personas viven del
grafiti en Galicia, como Pou (pinta
en Luar) o Talos. Lo que se hace es
compaginar con diseño gráfico, tiendas de tatuajes… Pero sólo pintar suele ser
algo muy precario y mal visto. Como comenta Gatos, “El Correo Gallego habla
negativo continuamente, y eso que Santiago es una de las ciudades menos
pintadas de Galicia.”
Por Gatos
Los primeros dibujos que
hizo Gatos eran de Astérix y Obélix.
Rápidamente fue desarrollando su estilo, llegando a formar parte del colectivo
artístico Dios Ke Te Crew. Dos de
sus miembros organizan ahora el festival de Carballo (Rexenera) y Desordes
Creativas (Ordes), referentes clave del grafiti en Galicia.
Para Gatos no todo lo que se pinta en un muro es grafiti. “En Vigo, en Tui, están decorando. Pero para
muchos, entre los que me incluyo, el muralismo no es grafiti, lo que se está
haciendo en Vigo ahora mismo no es grafiti. Ni el propio Concello le llama
grafiti a los murales que encarga.”
Gatos es de la postura de que la raíz del grafiti son jóvenes que
pintaban su nombre en la calle de mil formas. Van mejorando el relleno, el 3-d,
los colores… Para acompañar las letras, empiezan a meter dibujos, muchos relacionados
con el cómic. En los 60 empezó el grafiti en Filadelfia, en la criminalidad.
Luego, ya en los 70, en Nueva York los marchantes de arte se interesan por el
grafiti, y empiezan a llevar a los artistas a museos, de repente lo que estaba
fuera de los canales comerciales se compra y vende.
Muchas veces no tienen
demasiado que ver alguien salido de Bellas Artes con un callejero como Gatos o la crew B12. Tienen
visiones distintas. Para ellos,
pintar en la calle es el fin, para el artista gráfico de Facultad quizás el
muro sea sólo un lienzo más.
El fenómeno del grafiti
ha sacudido diversas manifestaciones de la cultura popular. Además, gracias a
Internet, ahora es mucho más fácil dar a conocer las obras. Las pintadas, si son
ilegales, tarde o temprano serán borradas, así que la fotografía es un recurso
imprescindible para el grafitero clandestino. Así inmortaliza lo que ha hecho.
Muchos no salen a pintar si no tienen la certeza de que podrán sacar la foto.
Arturo Pérez Reverte les
dedicó un libro, El francotirador Paciente, en el que se evidencia una
gran labor de investigación: las marcas de los aerosoles –Belton, Montana-,
boquillas de distintos tamaños para trazos diferentes, válvulas para controlar
la salida de pintura, tags (la firma del grafitero) más cortos o largos según
la valentía de su dueño, trenes pintados de punta a punta, palancazos
(frenarlos para pintar mejor las paredes)…
Y en algunas de sus frases, el libro sostiene lo dicho por
nuestros entrevistados: “Decir
que sin grafiti las calles estarían limpias es mentira. Mancha el humo de los
coches y mancha la contaminación, todo está lleno de carteles con gente
incitándote a comprar cosas o a votar por alguien. Las puertas de las tiendas
están llenas de pegatinas de tarjetas de crédito, hay vallas publicitarias,
anuncios de películas, cámaras que violan nuestra intimidad (…) Según las
autoridades, el grafiti destruye el paisaje urbano, pero nosotros debemos
soportar los luminosos, los rótulos, la publicidad, los autobuses con sus
anuncios y mensajes. Hasta las obras de restauración de edificios se cubren con
lonas de publicidad.”
O, en
cuanto a los tan famosos toys, al
menos dentro del mundillo: “Pintar en
cualquier sitio era de toys. De niñatos. Había que buscar lugares difíciles,
planificar, romper o saltar vallas, pasar por los respiraderos,
infiltrarse…Sentir el subidón de adrenalina mientras el resto de los mortales
estaba de juerga o dormía (…) Llegar a una ciudad y pasar dos días sin comida
ni dinero, durmiendo en cajeros o bajo un puente, para escribir allí… Los que
nunca han tenido que currarse esas cosas son toys. Aficionados”.
Además,
Reverte menciona a través de sus personajes cómo las piezas pintadas se
insertan en algo mucho más grande, la ciudad, que también forma parte de lo que
haces; y que el grafiti urbano no tiene, al menos, la perversión del mercado.
Grafiti de la
crew viguesa B12, con su icónico dinosaurio
Respecto
al debate de si el grafiti es arte o no, lo que se defiende es: ¿no es acaso la definición de esta frontera
el gran dolor de cabeza para la cultura del siglo XXI, cuando hemos visto ya la
obra de un Warhol o de Duchamp? El protagonista de El francotirador paciente,
Sniper, dice que ahora el arte nos hace más estúpidos, mencionando el caso de Marina
Abramovic en Nueva York.
En
cualquier caso, no todos los grafiteros piensan siquiera que sea arte lo que
hacen, ni que deba incluirse a esta actividad dentro de las clasificaciones
artísticas. Gatos se dedica a poner
su nombre, no cobra por pintar y no lo hace para que le guste al resto de la
ciudad, sino para él y para la gente que también hace lo mismo. Lo que no quita
que se defienda ante las acusaciones de que se dediquen a hacer siempre lo
mismo: “los estilos pictóricos y los
movimientos de cada época son repeticiones de mismos elementos por distintas
personas”.
En
cuanto a documentales sobre el tema, podríamos destacar Style Wars, un
punto de partida perfecto para quien quiera conocer el mundo del grafiti, un
arte o una plaga, o ambas cosas a la vez. Les llaman writers, porque eso hacen, escriben sus nombres. Se habla del
inicio del grafiti en Nueva York, y cómo en su mayoría son chavales muy
decididos y muy jóvenes, de quince años, dieciséis… Esto también ocurre aquí en
Galicia: alguien que comenzara con veinte años sería ya una rara avis.
Jóvenes
que bombardean los trenes para que se vea su “tag” en toda la ciudad; escriben
para ellos y para los demás que escriben, por el respeto de su comunidad. Lo
hacen “cuando todos los toys están en
casa abrazando sus almohadas”. Coges un nombre –o te lo dan- y ves cuán
alto lo puedes llevar. Hasta que ocurre algo. En todos los lados ocurre, aquí
también, que un tag alcanza un gran
prestigio y su dueño tiene que cambiarlo por otro y volver a empezar, al ser
especialmente buscado por obras anteriores.
Se
retrata el conflicto entre los flecheros o “bombers”, que marcan compulsivamente
el territorio, y los artistas del grafiti, dos estilos que tratan de coexistir.
Dice una fuente en el documental: “es por
ello que el grafiti se está jodiendo. La línea 2 y la 5 serían una galería de
piezones con toda esa peña de El Bronx y Brooklyn con sus wild style tan
guapos. Ahora está todo destrozado.”
Este
enfrentamiento ideológico se puede palpar incluso en los comentarios del vídeo
en You-Tube: “una cosa es un boludo con
lata y otra un grafitero” frente a “una
cosa es un grafitero y otra un boludo que se cree artista del Renacimiento”.
Este
documental, y Salida por la tienda de regalos, alegato de Banksy a favor
del arte espontáneo y libre, en contra de su mercantilización; están a un click
para quien quiera unas clases rápidas.
Al
comenzar este reportaje, hemos dibujado unas coordenadas que retomaremos ahora.
Style
Wars habla de grafiti artístico frente al callejero, que entiende
sus iniciativas como misiones donde valorar el riesgo, pisar a los otros y
desatar una “guerra”, cabrear a todo el mundo y estar por todas partes. En
cambio, Salida por la tienda de regalos enfrenta al grafiti elaborado en
la calle con el que se vende al mejor postor en una galería de arte: calidad/cantidad,
ilegal/ comercial. Y, por si alguien se ha quedado con ganas de más, también en You
Tube el colectivo 1 UP muestra
sus internadas en los trenes para quien quiera verlas.
Tren pintado por
Hylos, de la crew B12
La
búsqueda de una salida profesional frente a salir de casa a las tantas –tres, cuatro
de la mañana- cuando todo el mundo duerme, con los botes tintineando en la
mochila, negro para los bordes, rojo y verde con los que rellenar, la
adrenalina de lo prohibido y de dejar el propio nombre. Cuando la ciudad
despierte, será diferente.
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