lunes, 30 de noviembre de 2015

Wall-E (crítica)

 
Año: 2008
Duración: Aparentemente media hora, 108 minutos de reloj.
País: EEUU
Director: Andrew Stanton
Guión: Andrew Stanton, Jim Reardon sobre una historia compuesta a dos manos por el primero y Pete Docter
Música: Thomas Newman
Género: Animación, ciencia ficción, distopía, cine familiar.

                                              (AVISO: no leer si no se ha visto la película)


Wall-E comienza con música alegre y montones de basura, montañas, como en aquella canción: "qué va a pasar, si me entrego y no funciona (...) si decido dar el paso y sale mal, aguantaré, podré escapar, podré volver...mi vida..."
Y es que la película es un acto de riesgo y entrega: por parte de Pixar, de su protagonista, de una Humanidad que, como diría el Mark Renton de Trainspotting, elige la vida, finalmente se arroja a sus ineludibles abismos e incertidumbres, la tierra árida antes que paraísos de celofán.

Los primeros minutos del largo subsisten en el delicado equilibrio entre las vicisitudes propias del cine familiar y los deseos de plasmar un mundo en ruinas, despoblado, inerte: cucarachas y chatarra.
Al paso de WALL-E despiertan hologramas que anuncian un mundo mejor en el crucero Axiom, continente metálico, la última nación de una especie humana huyendo de su propio destino, errante en las profundidades del espacio; el paraíso de las comidas en vaso, donde no hace falta caminar y todo es diversión.

Una de las maravillosas ideas de la cinta son los vídeos con personas reales llamando a una felicidad voluptuosa, o incluso a la tranquilidad de los ingenuos. Estos cortos, perfectamente incrustados en el paisaje y trama de WALL-E, no sólo dinamizan un poco el necesario cine mudo de la primera media hora (el cuál no deja de ser un genial ejercicio de estilo donde Pixar demuestra contar con el músculo artístico del cine más clásico), sino que aportan un toque de crítica social que resulta clave para la película. No se habla de mundos fantásticos, sino del nuestro. La diferencia entre la imaginación pura y la fantasía más comprometida.

Esas escenas en imagen real, a las que me he referido en el anterior párrafo, parecen obra de los mismísimos Trey Parker y Matt Stone, que ya utilizaron técnica semejante para castigar la superficialidad y pantomima de la publicidad de las marcas y las acciones de nuestros políticos: ejemplos de ello en la  actual temporada de South Park, con esos anuncios del nuevo barrio alternativo en el pueblo; o en otras anteriores, con aquel dirigente de una conocida petrolera pidiendo disculpas maniática y estúpidamente como si sirviese de algo). Volviendo a WALL-E, es sublime la interpretación que el actor y cómico Fred Willard hace del "último presidente americano", al borde del caos más absoluto, con el logo de la Casa Blanca torcido y sus asesores gritando ¡corten! porque todo se va a la mierda. Me ha recordado incluso al Presidente Drek del primer Ratchet and Clank (y pronto último, pues está en marcha su remake), hablando a los habitantes de la galaxia Solana desde su nave, con la mayor tranquilidad posible, y eso que está a punto de destruir buena parte de sus planetas.

Quizás la mayor conquista de la película sea trasladar nuestros comportamientos, miedos y anhelos a un robot, en otras palabras: que WALL-E sea partícipe de las mismas convenciones sociales, debilidades y emociones que la Humanidad a lo largo de sus siglos de Historia. El tiempo pasa, pero las emociones básicas son siempre las mismas. Nos sentimos más identificados con este desdichado robot que con los personajes de carne y hueso de otra película como The Martian.

WALL-E tiene un trabajo esclavo y alienante, que quizás odie pero realiza con una rutina implacable, llega a su casa, enciende las luces, se quita los zapatos, acumula una serie interminable de objetos inservibles pero a los que les tiene apego, enciende la televisión para que le haga compañía, anhela ser amado, mira al cielo buscando respuestas, y se acuesta esperando tiempos mejores; levantándose cansado, prácticamente resacoso. Después de calzarse, sale afuera, y su curiosidad le pone en peligro.

La cinta basa sus logros en una gran fortaleza metafórica: las partes de soledad y romance se podrían haber rodado con personajes humanos, en el mundo de hoy día, cambiando totalmente el sonido, las imágenes y muchas situaciones; pero guardando éstas las mismas raíces profundas e implicaciones psicológicas; sería todo distinto en su superficie, y en el fondo exactamente igual.

Esa chica cruel sin el menor interés, un tipo patético y avergonzado de sí mismo ante la visión de su amada, casi divina: todo parece sacado de una canción de Los Planetas, expertos en ese amor de dimensiones cósmicas pero conclusión forzosa y temprana; voces que se lamentan, guitarras que crujen, todo grabado con prisas, mientras todavía sienten las cuchilladas.

WALL-E no es una vieja máquina, sino un chaval de 17 años enamorándose verdaderamente por vez primera, sintiendo aún el amor con toda su fuerza, sin las contradicciones y sinsabores de la edad adulta. Es ante todo un ser solitario, habitando un mundo desolador, entregándose a un nuevo y poderoso sentimiento con toda su bella ingenuidad. Eso explica los riesgos que toma al principio (ella le quiere matar). Y es que no puede evitar entregarse, tratando de llamar la atención de la distante EVA sin conseguirlo. Caerá así en un irremediable patetismo.

En una escena inmediatamente posterior, estando ambos en casa de él, miran la película de los bailarines (como todos nosotros, cuando nos enamoramos, echamos un vistazo, consciente o no, a las "películas" que tenemos en nuestra cabeza, porque las vimos, porque las soñamos). Entonces, intenta hacerlo real y coger su mano, fracasando una vez más.

Al principio, a ella, la avanzada sonda EVA,  WALL-E sólo le causa gracia, pero empezará a valorar su importancia al encontrar algo en él relevante para sus propósitos y objetivos vitales; que en este caso es la planta, pero podrían ser éxitos artísticos o empresariales, una buena situación social....

Aunque sin enamorarse de él en absoluto, quien está dispuesto a ir a buscarla, allá donde sea: África, el País Vasco, la casa de sus padres, un crucero en el espacio. Se encontrarán no en París ni Venecia, sino en un lugar donde la gente no mira más allá de sus propias narices; y la tecnología domina, ordena y explica el sentido de la existencia. Donde la tierra, la vida (esencialmente sucia) es contaminación. Sintiéndose triunfantes por un bienestar y un progreso tecnológico llevados a su límite. "Creo que nuestros antepasados estarían orgullosos de saber que 700 años después estamos haciendo lo mismo que hacían ellos", afirma el Comandante de la nave, último reducto de la vida humana.

Pero no somos máquinas, y las contradicciones primitivas, arcaicas, que viven en nosotros desde antes de que fuéramos lo que somos, siendo imposible librarnos de ellas sin perdernos a nosotros mismos; todas esas fuerzas profundas e inasibles nos empujan hacia afuera, hacia la violencia, la lucha, la poesía. En cierto sentido, El club de los poetas muertos y ésta son la misma película. La vida como algo a ratos miserable, pero siempre lleno de rabia y amor.

También hay en WALL-E una inevitable rebelión de las máquinas, algo tan manido que ni los propios guionistas le prestan demasiada atención, como debe ser. Ya hemos visto Yo, Robot, Terminator, Matrix... En todo caso, la especie humana, representada por el Comandante, se levanta, volviendo a tomar el control.

Pero WALL-E ha sido destruido, cosa que EVA no puede aceptar; pues entre medias, en una de las más bellas escenas que Pixar pudo recrear, ella observó atentamente los celosos cuidados que el bonachón del robot le proporcionó cuando ella era vulnerable (o al menos así pensaba él), cómo la protegió por encima de su propia vida; y aquel patetismo inicial no era sino un cóncavo reflejo de la veneración que profesaba por ella, hasta la desaparición de sus egoísmos, fundido su yo en la etérea visión del amor, desaparecido de sí mismo. Distorsión. Amor.

Y una vez ella se dio cuenta de ello, no pudo otra cosa que sentir lo mismo, rendida al fin, "vencida" por el mayor de los desdichados, el lastimoso WALL-E, que se podría llamar Jose, o Juan, o Pedro, o...sufridor sobre una tierra enferma, bajo el Imperio de un sol implacable, días y días acumulando basura sin sentido aparente.

En cuanto a la música, es inteligente, atmosférica; cumpliendo sobradamente en sus funciones, aunque raramente ocupe el primer plano. Es una película visual y emocional, lo cual no significa la inexistencia del sonido o la lógica (aunque se colonicen sin más planetas supuestamente tóxicos o una planta sobreviva a una avalancha de obesos espaciales).

Resumiendo: una película donde los robots son humanos y los humanos son robots.
Para que los niños viajen lejos y los adultos vuelvan pronto.
Y también es graciosa, pero visto lo visto es lo de menos.


                                                                   Puntuación:8