Sus manos alargadas hacia papeles dorados, el sofá impoluto, los pequeños zapatos bajo el armario: no pensaba en nada de eso porque leía el libro. Ni siquiera había para ella páginas, ni renglones, una sola estrofa: sumergida como estaba en el abordaje de un barco pirata. Desde lejos, sus amigos le llamaban, el móvil empezó a sonar. La echaron primero de un grupo y luego de otro, borraron su número y no quisieron recordar una sola cifra. Temía la mujer del vestido por Barbablanca, pirata furioso ante la embestida general contra su gigantesco barco; lo demás no importa, pura fantasía.
Llaman a la puerta, no hay nadie en esa habitación de hotel. Murmuran que está loca: hace cuatro días que no come y cinco noches que no duerme.
El vestido anaranjado, la alegría de su escote, las piernas refulgentes sobre la cama, espada en lo alto cubierta de sangre, gloria y destrucción, la pared agrietada, el techo corroído, balas perdidas se cruzan en el aire, tiburones surcan bajo las tablas el laberinto de hombres caídos, la habitación: batallas perdidas, botines ganados, choque de sables. La barba blanca de Barbablanca. Pura fantasía.
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