sábado, 24 de febrero de 2018

Tom Gauld: En la cocina con Kafka



Cómic
Título: En la cocina con Kafka
Autor: Tom Gauld
Género: Tiras cómicas
Año: 2017


En la cocina con Kafka reúne un ciento de tiras cómicas que reflexionan sobre arte, vida y tecnología. El sistema tradicional (historias contadas a través de unas 4 ó 5 viñetas) es retorcido, simplificado o directamente sustituido para expresar las ideas con una simpleza pura, desprovista de cualquier elemento innecesario.

Así, aparecen inventarios y colecciones, mapas con su respectiva leyenda, dibujos a una página a los que se les añaden elementos descriptivos, parodias de pasatiempos y formatos digitales, o incluso el aprovechamiento de las matemáticas en gráficas estadísticas. El dibujo, colorista y expresivo, busca también la simplificación de las formas. 

Todo ello para tratar de forma indistinta lo trivial y lo trascendente. Fantasear posibles secuelas de Tiburón, diferenciar las intenciones de los asistentes a una manifestación o ironizar sobre la dificultad de escribir una biografía sin herir las susceptibilidades de tus seres íntimos. Estamos en la época del conocimiento en cápsulas, de los tweets. Por lo que el formato de la tira cómica queda de fábula para explicar y comprender la paradójica realidad que vivimos.

La  idea general del tomo sería cómo los avances tecnológicos han condicionado la contemplación del arte, llegando incluso a arrinconarlo.Una época llena de posibilidades de ocio (y distracción, sobre todo distracción) en la que ha perdido su lógica mandar a los niños leer un clásico, porque la gran mayoría van a verse la película o leerse el resumen de Wikipedia. El que se lo compre y le dedique horas se sentirá poco menos que un tonto que tira el tiempo. ¡Y luego suspender matemáticas, imagínate!

Un subtema recurrente es la difícil disyuntiva de la adaptación cinematográfica: por un lado, puede suponer para el escritor/a la llegada de retribuciones económicas y el acercamiento de su obra al gran público; por otro, (además de la posible existencia de discordancias con respecto al original), que el cine pueda llevar al libro a un paradójico olvido, dentro de la concepción utilitarista. Cada vez más personas lo conocerán, pero ¿qué porcentaje de ellas lo van a leer?

Quizás en lucha con esta realidad, que tan poca gente vaya a leer un libro (quince horas) cuando puede ver la película (solo dos), se haya inventado aquello de que siempre la película es peor que el libro. Algo que tiene su cierta lógica, se supone que la obra primigenia (que además, suponemos que se adapta al ser buena de por sí) va a ser superior a sus adaptaciones, normalmente meros intentos de aprovechamiento comercial. Pero tenemos el caso de Batman por ejemplo, con películas y videojuegos que han sido más alabados que la mayoría de sus cómics.




También podríamos hablar de aquellos temas que abordó Umberto Eco en su Apocalípticos e Integrados: cómo conviven en un mismo ecosistema cultural lo arriesgado y único con obras prefrabricadas pensando en el consumo masivo. Así, Gauld nos habla de una serie de factores que no son tan cruciales para la calidad final de la obra teatral o cinematográfica como para su éxito: los actores famosos, los efectos especiales, el texto abreviado o íntegro, la música de moda, los intentos experimentales, la duración...

La tecnología, en suma, ha afectado transversalmente a todos los aspectos de nuestra vida cotidiana: el dormir, el comer, la práctica deportiva, la socialización y por supuesto la contemplación artística. Tanto el contexto general como unos nuevos formatos (caso de el e-book) condicionan nuestra forma de leer libros, y por tanto la producción de ellos.

Gauld fantasea con unas píldoras cuya ingestión supondría la lectura inmediata de un clásico. Aunque no existan todavía, el paradigma actual se inscribe en la tendencia que llevaría a ellas: todo el mundo da por terminado El Quijote porque ha leído por encima adaptaciones en el colegio (hace diez o treinta años), ha sonreído con tiras gráficas que lo parodiaban o leyó algún tweet que referenciaba la obra cervantina. Todo el mundo siente que lo ha leído, pero en realidad muy pocos lo han hecho, y mucho menos los dos tomos.

Diferentes soportes condicionan distintos usos: no es lo mismo leer a partir de las hojas de un libro (que sí, puede utilizarse para equilibrar una mesa que cojea, pero teóricamente ha nacido para eso, ser leído) que hacer lo mismo en un Ipad. Además, en un libro cabe solo una obra o un número escaso de ellas, frente al inmenso poder para el almacenaje de lo informático.

Aunque La cocina con Kafka es en realidad el título de una sola de las tiras, no desentona para el conjunto, puesto que muchas de ellas hablan precisamente del proceso de cocción de una obra literaria.

El lector se encuentra con una obra concreta, finalizada, de un sentido y dirección. Pero en la mente del autor/a se hallaban superpuestas varias opciones diferentes y contradictorias hasta que tomó la decisión final. Aquí nos encontramos con una escritora preguntándose si un chiste es bueno o no, o con Herman Melville decidiendo el título de su más famosa obra.

Gauld nos habla de una sociedad en el que la información general es tan democrática como superficial: políticos manipulando los hechos a su favor a través de la fuerza y maleabilidad de la palabra; la atención prestada más a quién hace las obras que a las obras en sí, cuando debería ser al revés. Hoy, casi cualquiera te puede hablar de Reverte por ejemplo, pero de sus obras, ¿quién?

También le ha sido concedido su espacio al estilo del periódico digital, que por una simple razón (que sus usuarios lo premien en lugar de castigarlo) viven de la espectacularización, para sobrevivir en la encarnizada lucha por llamar la atención de un espectador fragmentado, cuando no sonámbulo.

La última tira cómica, "El libro gracioso" parece apelar a una diferenciación entre el disfrute artístico (que debería ser personal y solitario) y la reflexión posterior, edificadora en compañía. Pero actualmente parece haberse roto esta dicotomía, y ya en un mitin político la acción paralela en redes sociales (comentarios de aspectos que normalmente quedarían en anecdóticos) se erige como tan real como el debate en sí mismo. Y eso define a este siglo: la confusión entre realidad y ficción.

NOTA: 8


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