martes, 27 de febrero de 2018

El Maquinista


Película
Título: El Maquinista

Duración: 141 minutos
Año: 2004
Director: Brad Anderson

Sin entrar en demasiados detalles, considero a El Maquinista como una de las películas en las que mejor se ha retratado la paranoia. 

Pero para empezar, unas definiciones. Llamo inteligencia al adaptarse a algo. Por ejemplo, inteligencia social sería saber tratar con los demás, entendiendo sus motivaciones, necesidades y forma de comportarse. Así, se acompasa lo propio con lo ajeno y terminan por lograrse los fines de unos y otros sin tropiezos ni grandes disputas. 

El político más idiota será el que nos lleve a la guerra, civil o internacional. No ya solo por las obvias (y gigantescas) pérdidas que conllevan, sino por ese rancio todos contra todos, todos chocando y restándose entre sí en vez de sumarse.

 De igual modo, en el plano artístico denominaría inteligencia a la capacidad de moverse como pez en el agua entre lienzos, componiendo líneas de texto o interpretando, como si fuese el violín una extensión de uno, tanto de sus brazos como de su alma.



Tráiler de la película

Y a pesar de la estupidez, considero que el contrario geométrico, perfecto, de la inteligencia se encuentra solo en la demencia más estricta. Porque un tonto es poco listo, pero siempre algo. También se defiende y utiliza sus recursos,  solo que tiene pocos. 

Un loco, en cambio, es pirómano de sí mismo, anti-intuitivo y anti-inteligente. Tirará sus virtudes por la borda hasta que no le queden más que defectos. Uno está en mala posición, otro corre desbocado y marcha atrás.

 Siempre existirán diferencias entre el mundo que percibe una persona y el que advierten las demás. De hecho, ahí descansa la tragedia de lo humano. Ser increíblemente avanzados con respecto a un simio o una mota de polvo; pero nunca definitivos, como puente a medio camino entre la nulidad y lo que solo somos quienes de soñar. Aptos para la sabiduría, incapaces de alcanzar la verdadera, solo ésta fragmentaria y a dura penas que tengo, aprendiendo unas cosas mientras se olvidan otras.

El ser humano es como aquel atleta que queda segundo por unas centésimas en la gran final, y solo son centésimas las que le separan de la gloria, pero son, y cuanto más se piensan más grandes se vuelven, recordemos la paradoja de Aquiles y la tortuga.

Infinitas centésimas que significan el SÍ y el NO, la victoria y la derrota para toda la eternidad. Y pierde más el segundo corredor que quien alcanzó la línea de meta de penúltimo, cuando ya se habían marchado todos y nadie miraba, los que colaboraron repartiendo aguas o el simple decorado.

 En suma, lo humano resiste como puede, chapoteando en un lodazal de imperfección y miopía, y cuando su divergencia con respecto a lo verdadero alcanza cotas máximas llegamos a la esquizofrenia.

El protagonista de esta cinta, protagonizado por un Christian Bale soberbio y decrépito, vive en la penumbra, y solo podemos entender su existencia a partir de dos senderos que se bifurcan, cada vez más contradictorios entre sí: lo que él vive y lo que los demás le ven vivir. 

Así que su cuerpo malgastado y enfermo no le supone un problema, y está confuso, muy confuso, tanto que por el momento solo sabe culpar de su propio desconcierto a las conspiraciones de otros. Uno, mientras discurren los minutos de la película, lo intuye. Temes que su protagonista llegue al borde del precipicio, y entendiendo peñascos por nubarrones y nubarrones por peñascos, siga caminando. 

Mientras que quien sufre su propia desgracia asegura estar bien, el espectador la sufre toda la cinta, porque, a la manera de un cuadro cubista, admira superpuestas la realidad que ocurre, la que Trevor piensa que es y el pasado lejano. Así que terminamos confusos, sin conocer trazos firmes que separaren unas de otras, dudando si no fue todo la pesadilla de un hombre atormentado que no puede dormir. 

NOTA: 8,3

No hay comentarios:

Publicar un comentario