martes, 27 de junio de 2017

El quiosco de la estación



En la estación de tren de Santiago, y también en la tuya (que puede ser justo ésa) hay un quiosco. En él, te puedes comprar tanto una tableta de chocolate como el último libro de Belén Esteban. Cuelgan de un estante botellines en plena ola de calor y hojas llenas de “Gay Talese cuando ya nadie cree en el periodismo”.

Doritos, À la recherche du temps perdu en su cuarta parte, revistas de filosofía, colecciones de cromos. Jorge Javier Vázquez y Julio Cortázar en la misma sección, separados por una portada de Cristina Pedroche: “recibo cinco o seis ofertas de trabajo al día”.

El mundo se va privando de sus compartimentos estancos, sus oasis: todo está interconectado. Ninguna pureza puede escapar, ni natural ni artística ni (...). Tu canción favorita, sale en un anuncio y la utiliza de tono de llamada el personaje de esa serie.

Me hizo gracia aquel titular que leí hace meses. Celebraba un nuevo récord de visitantes a las Islas Cíes. ¿Soy el único al que le parece algo extraño tomarse a triunfo que haya conseguido más visitas que nunca un sitio que precisamente y por razones obvias limita su número de visitantes? Para mí, el titular debería ser: “Las autoridades se han saltado las normas del Parque Nacional de las Islas Atlánticas”.

A los parques nacionales no puede ir mucha gente, por definición: si acudiesen grandes multitudes, tarde o temprano dejarían de serlo. De hecho, podrían describirse más o menos así: lugar natural que limita la capacidad humana de echarlo a perder.

¿Quedan montañas vírgenes, fosas marinas que nadie haya visto?¿Y obras de arte que no estén comentadas todavía por ninguna página en Internet? Vivimos tan saturados, no sólo de trabajo sino también de ocio, que cuántas veces nos sorprendemos leyendo sobre el significado de una obra antes de haberla aprehendido… o ni siquiera terminado.

 Como no da tiempo a profundizar en nada, todo es lo mismo. Hay tantos nombres que Belén Esteban y Julio Cortázar sólo son nombres, se diferencian en que uno es más conocido que otro, ésa es la única gradación posible en la era de lo rápido.

Siempre voy al tren a toda prisa y nunca me da tiempo a comprar ni una botella de agua. Al no pararnos, todas las estaciones son iguales; las personas se distinguen por colores, formas y tonos de voz.

Si lees cien libros sin entregarte a ellos, se repite una y otra vez esta única historia: tu incapacidad de sentarte concretado y consciente en una sola cosa de una maldita vez, y leer libros. No sales de ti. No sales del todo global. Pero hoy el tren va lento. Como ayer, y el otro día. Pienso decir a los de Renfe que me devuelvan el dinero.  Y por eso me he puesto a escribir esto.

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