viernes, 11 de noviembre de 2016

La robotización del periodismo,parte 1/2

Los que nacimos después de los noventa, no hemos vivido una existencia sin Internet. El día a día en el mundo real se mezcla con relaciones virtuales. En 1962, Paul Baran creó sus bases, pensando en una Tercera Guerra Mundial que afortunadamente no ocurrió.


Crónica deportiva elaborada por un robot

En primer lugar, debemos dilucidar que la palabra robot se refiere a un tipo de máquina programable. En otras palabras, su autonomía no significa grado alguno de neutralidad: no puede desvincularse a las subjetividades e intenciones de su creador. Esta consideración será más que relevante cuando hablemos de robots en el periodismo.

Existen dos tipos de robots, los reales (mecanismos físicos) y los virtuales (software); ambos parecen inteligentes pero se limitan a cumplir órdenes estrictas. Los nombrados en segundo término serán clave desde nuestros días y hacia el futuro, con la llegada de la tercera era de las relaciones por Internet: La Web 3.0. Ésta vincula, a partir de complejos mecanismos y sistemas logarítmicos, significados diversos y torrentes de datos.
Según la RAE, un robot es, en su primera acepción, una máquina o ingenio electrónico programable –esto ya lo hemos dicho-, capaz de manipular objetos y realizar operaciones antes reservadas solo a las personas. 




Un robot periodista, sobre terremoto californiano de tres grados en la escala Ritcher para Los Ángeles Times (2014)


Se subraya aquí la capacidad de los robots de suplantar a los humanos en determinadas actividades, muchas veces superándonos y eclipsándonos.
Durante la Revolución Industrial en Reino Unido, diversas revueltas obreras quemaron y destruyeron maquinaria moderna, acusándola de quitarles el trabajo, ya que para los patrones y dueños del capital era más fácil y barato una máquina de tejer que un costurero, aumentando su ya de por sí gran riqueza mientras los trabajadores despedidos sufrían el paro.





Fue el llamado ludismo, cuya agitación de la industria textil se extendió al campo (contra las cosechadoras mecánicas), y alcanzó su máxima virulencia en Inglaterra a principios de la segunda década del siglo XIX, con treinta rebeldes condenados a la horca. En España también vivimos un fenómeno similar, pero como es natural ocurrió más de veinte años después, en nuestro propio núcleo industrial, Barcelona.

Este rencor, o miedo, llega hasta nuestros días, aunque fueran las máquinas y cómo nos facilitaron procesos antes tediosos las que han permitido la reducción de la jornada laboral y el aumento de las horas de ocio, aunque mal utilizadas podría haber sido lo contrario.  En cuanto a liberación de las rutinas, caso paradigmático la de barrer: primero un paño, luego una escoba, para pasar a la aspiradora (mecanización) y luego a un ingenio robotizado que aspira de forma autónoma. Parece que es la utilización/control de las máquinas, más que las máquinas en sí, lo que determina sus consecuencias sociales. Hay robots en la vanguardia de numerosos ámbitos de nuestra sociedad: el militar (ATLAS, fabricado por Google), la medicina y los cuidados (Riba II, para levantar en peso personas convalecientes o impedidas), la cultura pop (R2-D2)...

 
Vídeo demostrativo de la funcionalidad del Atlas



Riba II


La segunda acepción de robot en el diccionario de la lengua española se acerca más al asunto que nos ocupa: “programa que explora automáticamente la red para encontrar información”. Como cada vez estamos más conectados -Internet de las cosas,  RRSS, sistemas de geolocalización, apps, destrucción de la fronteras online/offline-, estos programas tienen un ecosistema más rico en el que  moverse hoy que ayer.

Gracias a determinados mecanismos, las empresas pueden saber en cualquier momento dónde estamos, y activar en nuestros motores de búsqueda –y en las páginas de los medios de comunicación online, claro está- la campaña publicitaria más conveniente para la ocasión. Por ejemplo, promocionar la tienda por la que pasaremos dentro de dos minutos, pues conocen también nuestros itinerarios.

La publicidad genérica, de puro cansancio, se ha ido haciendo con el tiempo menos efectiva, así que estos bots inteligentes diseñan campañas especializadas para cada individuo, según su historial de búsqueda y participación online, los cuales revelan una colección de intereses propia.

Los bots son hoy en día indispensables en publicidad y promoción de empresas, pero ¿y en el periodismo? ¿Cómo le sentará esta automatización de procesos, que precisamente es lo que prioriza en su definición el diccionario general de la lengua valenciana? 

Expone: Màquina que fa automàticament algun treball”, e incluso  “Home automàtic”. Muy similares la definición que aporta el  Institut d´Estudis Catalans o la de la Real Academia Galega, aparello electrónico con capacidade para substituír ao home na execución dalgún traballo, particularmente manual, xa que pode executar automaticamente operacións e realizar diversos movementos; persoa que actúa dun xeito mecánico;  persoa que non ten vontade propia e que se deixa manexar facilmente por outras”. Inciden en esa capacidad automática, de realizar cosas “sin pensar”; como aporta el diccionario online Wordreference.com.

Tiene importancia para nosotros el considerar cómo puede afectar esto a la actividad periodística, pues sus buenas prácticas están caracterizadas precisamente por el “anti-automatismo”: reflexionar sobre la realidad del entorno y los sistemas de poder, visión a largo plazo, búsqueda de lo oculto, causas, consecuencias, actualización permanente, contraste de información, huída de los clichés y lugares comunes.

No es menor señalar que los robots, y su tráfico automático, ya han superado al movimiento humano en red, como señala el medio online elPeriódico.com en su noticia: "los robots se apoderan de Internet"

Según afirma el artículo, los bots suponen un 56% de las transacciones en la red; y algunos incluso simulan ser personas: envían enlaces, se registran en las webs, interactúan, captan rastros y correos, crean páginas mediante la copia...

En resumen, parece necesario reconocer que en Internet, lo que vemos moverse, no son personas en su mayor parte. ¿Y qué es de el periodismo? ¿Ha perdido toda la artesanía que llevaba intrínseca?

Continúa en la parte 2/2

Ballester Soriano, Jordi
Pawlikowska, Zuzanna
Martínez Martínez, Enrique

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