martes, 22 de diciembre de 2015

PSYCHOCANDY




Hay muchas formas de llamar a la puerta, cada uno lo hace a su manera. Pero Upside Down es pasarse. Esto es lo más perturbado que puede escuchar un cuerdo. Echarle una gota más de salvajismo haría imposible volver a tu vida capitalista y sedentaria como si no hubiese pasado nada. El día en que todo el mundo escuche este disco, nadie venderá trajes.

Best friend I've ever had/Uh-huh-huh/Feels like I'm going mad”; “Doesn't matter to me/
Doesn't matter to me/Knowing you can't see”




Y luego llega Psychocandy. Unos reconocidos amantes del pop como son los Jesus muestran aquí su bello cadáver e inmediata resurrección. El mensaje es claro, esencial: para qué estar triste si puedes estar cabreado. El álbum perfecto para escuchar en soledad mientras caminas hacia ningún lugar. Con él, las metáforas vienen solas, te acuchillan por la espalda: la dulzura pop como una turgente sombra sobre la que se arrojan un montón de cosas afiladas, el disco definitivo del sonido indefinido, la M80 pillando interferencias al pasar por el averno. Ruido y melodía. ¿Fomenta la violencia? No, la mata desde dentro.
Psychocandy comienza echándose un farol, acariciando tus mejillas antes de golpearlas. Just like honey es una “preciosa” balada rock, al menos para lo que representan estos tipos: canta Jim Reid aquello de “I´ll be your plastic toy/yo seré tu juguete de plástico”.
Esta canción asciende sobre los personajes en un momento culminante de Lost in translation, melancólica obra maestra de Sofía Coppola y que recomiendo más que este disco, la verdad, de una radicalidad tan pura que sólo puede encantarte o espantarte, no caben las medias tintas, y menos cruzando como cruza la frontera de lo insano e incluso doloroso, en un equilibrio que no se volverá a conseguir. En cambio, en la cinta de 2003 yace el reflejo de cualquier alma romántica.
Pero prestemos atención todos y todas al videoclip: eso sí que es puro Jesus and Mary Chain, medicina para jodidos de la mente. Jim Reid aguanta su guitarra simplemente para que no se le caiga, más perchero que guitarrista; el bueno de Douglas Hart toca sólo dos cuerdas de su bajo, para qué más, según él mismo llegó a decir; a los veinte segundos Jim, imagino que agotado tras su gran esfuerzo, se sienta para empezar a cantar, más desganado que la cigarra de aquella fábula, y con tan poco sentimiento que éste parece real (gran hallazgo). Bobby Gillespie, que pasaba por allí, golpea un par de tambores, que eso no es batería ni es nada, de pie y apático, como si no fuera con él. En realidad, las bases rítmicas simples y primitivas, rollo tribu aborigen de Oceanía, son uno de los puntazos del disco.Inevitablemente se repiten a lo largo del disco algunas de las escasas combinaciones posibles. Y mola. De algún modo (habrán vendido su alma al diablo) consiguen que nunca aburra.
A lo que íbamos, Just like Honey era sólo la trampa para cazar al oso: The living end comienza a tiro de escopeta y acaba como atroz apocalipsis, adrenaĺítica, anfetamínica; una canción sobre pillar tu moto a toda velocidad y sentirse enamorado de uno mismo, porque “I cut the road like a sharpener knife”. 


 

  Taste the floor es algo más lenta, pero a cambio mucho más sucia, guitarras que chirrían y relampaguean antes de resquebrajarse. La letra es extraña y deprimente, aunque con estos genios bastardos de la música contemporánea uno nunca tenga la sensación de tristeza: aquí hay demasiada energía para ello. A veces, cuando se me da por filosofar y Heráclito, Parménides y Tales de Mileto despiertan en mí, pienso en que, en realidad, las únicas diferencias entre la tristeza y el enfado son cuestiones de aceptación/resignación, la posición subjetiva de uno frente al problema y la energía disponible.  
¿Sigue alguien leyendo o ya se han ido todos? The hardest walk fue la primera canción que escuché del grupo. Aún recuerdo cómo me resultaba jodidamente molesta, y eso que es de las más amables de todo el disco. Aquellos que no tengan unos oídos inquietos, quizás incluso algo masoquistas, dudo mucho que logren ver el dibujo que hay tras las zarzas. Porque eso entiendo que es Psychocandy: un conjunto de piedras angulares, sólidas e imperecederas de la historia musical (léase Beatles, Stooges, la Velvet...); sobre las que se superponen hiedras venenosas y tojos enmarañados, los árboles no dejan ver el bosque y eso es lo que mola: el bosque ya lo habíamos visitado mil veces, ahora que alguien nos enseñe las espinas. Así, construyen sus canciones gracias a  las supuestas (¿hay algo absoluto en el arte?) imperfecciones que los demás grupos llevaban evitando desde los anales de la música popular, a excepción de Lou, Cale y compañía; que en vez de ser hijos de su tiempo son padres de todo lo demás.
 Aquí hay más defectos de sonido que sonido, pero sigue estando ahí. Cuando pillas la broma del asunto, y al fin te decides a escarbar, terminas satisfecho por lo descubierto a pesar de tener las manos llenas de sangre. 

 


Lo mejor de Psycochandy es descubrir al final cómo, después de tanto escándalo, es un disco muy similar a lo que habíamos visto hasta ahora. Le dan un giro de 360 grados al pop: es decir, lo retuercen, literalmente lo violan (con consecuencias palpables décadas después, en una legión de imitadores más inagotable que los soldados imperiales de Star Wars), pero luego lo dejan como estaba; aunque destrocen tu habitación, todo lo realmente importante está en su sitio con una precisión científica. El Método utilizado es juntar una base sólida, melodiosa y perfectamente rítmica con un mundo subversivo y anárquico de distorsiones, empalmes y todo tipo de intromisiones ilegítimas al honor de los instrumentos musicales, y dejar que se peleen: de este imposible intento de unión nace la química emocionante y misteriosa de In a Hole,Taste of Cindy, la nihilista Never Understand (mi favorita), o Inside me, la más brutal de todas.
La producción de Cut dead o Some Candy Talking es prácticamente limpia, pero se integran sin problemas en un conjunto musical que nunca dejará de ser un milagro de la alquimia; cómo con los peores elementos y los errores del pringao amateur conseguir uno de los discos decisivos del fin de siglo.¿La respuesta? Actitud.
Por cierto, ¿JAMC triunfaron gracias a asumir que nunca lo conseguirían y crear música sin preocuparse por nada ni nadie? Qué va. Estaban tan idos cuando sacaron el Psychocandy que su objetivo era escucharlo en radios comerciales, lo cual resultará de lo más sarcástico al que le dedique a esto quince minutos de su tiempo.


 


Toda esta impetuosa construcción se sostiene gracias a un puñado de caramelos cuidadosamente ubicados: de otro modo, el quinto hit destrozatímpanos seguido haría claudicar al más testarudo. Para nosotros, los melómanos de oído menos refinado, existieron directos como el celebrado en el Electric Ballrroom un 9 de septiembre de 1985 que ya nos queda lejos (está en You Tube). Casi hace justicia a la leyenda que les precede, referente a entre otras cosas tocar de espaldas tres o cuatro canciones, crear disturbios y pirarse.La mecha de una revolución que, habéis adivinado: no lleva a ningún sitio. Pero es excitante verla.
Luego también está por ahí el Barber Wire Kisses, con caras B de la época, pero eso ya es para viciosos. No se puede llegar más lejos caminando el anguloso sendero del noise pop. Aquí empieza y termina todo.

           

  PUNTUACIÓN: 9,7               AÑO: 1985                DURACIÓN: 43 minutos 10 segundos

Just Like Honey (9,5)
The Living End (9,7)
Taste the Floor (9,3)
The Hardest Walk (9,2)
Cut Dead (9,5)
In a Hole (9,8)
Taste of Cindy (9)
Some Candy Talking (9,5)
Never Understand (10)
Inside Me (9,7)
Sowing Seeds (9,5)
My Little Underground(9,2)
You Trip Me Up (9)
Something's Wrong (8)
It's So Hard (7,5)



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