sábado, 20 de mayo de 2017

Umberto Eco y sus diez denuncias al periodismo moderno en Número Cero



Libro: Número Cero
Autor: Umberto Eco
Año de publicación: 2015
Número de páginas: Cien
Género: Novela satírica, periodismo, histórica


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La última novela que Umberto Eco escribió en vida se puede leer en un solo día gracias a sus algo menos de cien páginas de extensión, aunque la lectura, deliciosa en sus referencias periodísticas, pueda hacerse algo farragosa en algunos momentos, como las interminables elucubraciones de un personaje conspiranoico llamado Braggadocio. 

Quizás Eco, en determinados parajes, peque de mostrar su propia erudición por encima de la consistencia del relato, como cuando dedica una décima parte de su novela a tratar la muerte de Mussolini, o al hablar de música, las órdenes de caballeros...

Se debe considerar un fracasado, debido a las palabras de Colonna, quien ejerce de narrador en primera persona: “Los perdedores tienen siempre conocimientos más bastos que los ganadores. Si quieres ganar tienes que saber una cosa y no perder el tiempo en sabértelas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas.”

Por supuesto, lo mejor de esta obra son la ironía y la crítica a las farsas e hipocresías. Tanto en el mundo de la literatura, más superficialmente: “le hice de negro (o ghost writer como dicen por esos mundos, para ser políticamente correctos) a un autor de novelas policiacas, el cual a su vez, para vender, firmaba con un nombre americano”; como sobretodo al periodismo, que se dirige a un hipotético lector menor de edad en lugar de intentar elevar la cultura y conocimiento de las masas.

Por supuesto, también hay un gusto por el lenguaje bello y la reflexión general literaria: “desandar”, “el miedo a morir infunde aliento a los recuerdos”, “todo ideales y nada de ideas”.

Pero volviendo al hilo principal, lo que nos atañe es esa feroz sátira de la profesión periodística, en diez puntos:

1) Perpetuar los errores, porque es lo más cómodo: Los miembros del periódico que protagoniza esta ficción saben que el ojo del huracán es su único punto tranquilo, pero lo utilizan como sinónimo de caos y destrucción, porque saben que el público piensa así.
Lo llaman “hablar el lenguaje del lector”. 

Aunque podríamos reflexionar sobre cómo se forma así, a partir de confusiones, nuestro lenguaje. Llega un punto en que un error se extiende tanto que se vuelve norma. 
Es un caso parecido el de palabras extranjeras como mánager, que tienen equivalente castellano, pero como se utiliza igualmente el término foráneo (por prejuicios positivos, suponemos), pues acaba introduciéndose una palabra innecesaria en nuestro diccionario.

2) Falta de revisión: Reconocen que “ahora los periódicos tienen ya demasiadas páginas, nadie puede releérselos antes de imprimir.”

3) Pérdida de relevancia: Podemos imaginar lo que ocurrió cuando aparecieron la televisión o la radio. Al principio, para conocer lo acontecido en una mañana X, tenías que esperar al periódico de la mañana siguiente, si ocurría a la noche, quizás tuvieras que comprar el de dos días después. Cuando llega la TV, ocurre algo a la tarde y si es relevante puede aparecer ya en el telediario de la noche, sin necesidad de esperar a un periódico que relatará cosas sabidas.

Pues esta lentitud se vuelve crónica con la aparición de Internet. Siempre han ocurrido cosas las veinticuatro horas del día, pero sólo desde ahora podemos enterarnos las veinticuatro horas del día de cosas que han ocurrido en cualquier punto, sin interrupción alguna. La hora de cierre ha desaparecido con Internet, la jornada del periodista es virtualmente infinita.

 Los periódicos, en la época de Internet, SIEMPRE llegarán tarde, porque cinco minutos después ya lo es; lo que tarda en imprimirse (o contrastar información): tarde. Ningún periódico puede basar su estrategia publicitaria en la novedad, aquel niño con un traje tres tallas más grande y sombrerete gritando por las calles de Londres “¡Noticias frescas! ¡Noticias frescas!”.

Sólo la calidad puede salvar a los periódicos de la intrascendencia, en un punto medio entre la instantaneidad de la esfera virtual (donde acontece la verdadera actualidad) y la eternidad de los buenos libros. Se dice en Número Cero: “Ahora nos enteramos de las noticias del día con el telediario de la cena, lo que significa que los periódicos nos cuentan lo que ya sabemos, y por eso venden cada vez menos. El destino de un diario es parecerse a un seminario”.

4) Relacionar noticias para introducir terceras ideas subliminales en la mente del lector: Por ejemplo, los periodistas de esta novela reconocen cómo mezclan una noticia de los burdeles cerrados con otra de tristeza y abandono, en el intento de crear la asociación de que cuando los prostíbulos estaban abiertos la ciudad florecía y todos eran más felices.

Se supone que los periódicos deberían dedicarse a establecer ideas en la mente de sus públicos de manera que los lectores se puedan enterar de ello, no a sus espaldas.

Por ejemplo, poniendo el caso del periodismo deportivo, no es lo mismo una noticia o una columna de opinión en Marca “El Real Madrid muestra las carencias del Barcelona”, tú ya sabes de antemano lo que te puedes encontrar; con poner un artículo de los vómitos de Messi al lado de otro de un deportista dopado, creando asociaciones inesperadas en la audiencia; quizás ese mismo lector escriba en un foro unos días después: “Messi es un hormonado”, sin darse cuenta de que ese pensamiento, en parte, ha sido inducido.

5) Contribuír a la desinformación, sobreinformación e “infoxicación”: Dice el editor que “los periódicos no están hechos para difundir sino para encubrir noticias”. ¿Son a veces los periódicos una “manta” o un telón que aparta nuestros ojos de lo realmente importante mientras nos preocupa por incidentes cotidianos, catástrofes pequeños y tragedias de patio, mientras nos roban y exterminan/ exterminamos en masa?


6) Definir la realidad social: “La gente al principio no sabe qué tendencia tiene, luego nosotros se lo decimos y entonces la gente se da cuenta de que la tiene”.

Se necesita una gran capacidad reflexiva para darse cuenta de cómo el entramado periodístico, educativo, cultural y social inserta opiniones y puntos de vista en nosotros; y cómo este mismo conglomerado, así como los poderes económicos, políticos y de influencia ejercen la misma actuación en los medios de comunicación. 

Nuestro pensamiento no es libre, sino que se basa en unos caudales de conocimiento que tenemos que dar por ciertos para avanzar, pero pueden serlo o no.

7) Para rebatir una actuación, no es necesario probar lo contrario, basta con deslegitimar al acusador: Es la llamada falacia ad hominem, deslegitimar una afirmación por quién la dice, no por lo que es. Se utiliza muchísimo en política y al hablar sobre deporte.

Si un antiguo ministro reflexiona sobre una acción política actual, la mayoría de personas van a valorar el consejo o crítica en función de su animadversión o no por ese líder político, en lugar de analizar de forma objetiva el contenido de su declaración (exige mucho más esfuerzo intelectual). Se le contestará aludiendo a su historial, sus ideas y fracasos.

8) Dirigirse a un público embrutecido e infantil: “Nosotros tenemos que pensar en lectores que todavía le tienen miedo a las palabrotas” dice Simei, el editor del periódico. Un periódico debería intentar elevar en la medida de lo posible la cultura general, pero eso supone un esfuerzo.

 Lo más fácil es apelar a lo que todos los seres humanos tenemos en común, que no es el gusto por los impresionistas franceses o la preocupación social sino los impulsos sexuales, la necesidad del amor, la curiosidad morbosa. También dijo Simei: “Schadenfreude, regodearse de la mala suerte ajena. Es éste el sentimiento que un periódico tiene que respetar y alimentar.” 

9) Preocuparse por no enemistarse con nadie (en especial los patrocinadores): Un periódico no puede echar a andar con miedo a ganarse alguna enemistad. Se supone que el periodismo es un cuarto poder, de control y denuncia. Lo extraño sería un periódico que nunca pusiera sobre la mesa ningún conflicto.

10) Inclusión a toda costa del punto de vista: Es bien sabida la obligación de separar información de opinión, pero en Número Cero se explica cómo se pueden utilizar las declaraciones para transmitir al público y expandir socialmente la idea exacta que queremos, como un virus.

Pongamos que sobre un suceso –por ejemplo, la rotura de un estadio- quiere establecerse una culpa política sobre un determinado partido. El periódico puede crear una columna de opinión, pero ésta no será seguida a pies puntillas como un hecho, pues el lector, al leer OPINIÓN, como si pusiera PUBLIRREPORTAJE, se hace menos sensible a dejarse influir por lo que lee, el aviso le proporciona por momentos una postura más crítica.

Entonces, lo que tiene que hacer el periodista es añadir declaraciones. No sólo una, pues dónde quedaría la pluralidad. Pero en vez de plasmar el punto de vista deseado y el contrario, se escoge uno intrascendente para darle toda la fuerza el otro. Es decir: “qué desgracia, se ha destrozado el estadio, que Dios nos libre de algo así, yo lo vi y fue terrible” y “creo que el partido al cargo del ayuntamiento debería tomar medidas”.

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Por último, y aunque todas estas reflexiones y enseñanzas de qué no hacer hayan sido muy interesantes, he notado a Eco un tanto “fuera de forma”, en ese final paranoico (dicen que no irán a EEUU porque como matan a presidentes, es peligroso), la decepcionante conclusión final del protagonista, o esa sensación de que algunos capítulos son retales que no acaban de incrustarse en una novela que cuenta con pedazos de romanticismo, periodismo e historia que no dan sensación de unidad.

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Fotografía extraída de Photopin: Ed Visoso, "Un rato libre"


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