jueves, 6 de abril de 2017

¡No me reconoces!




Me escribió esta historia en una hoja llena de grasa, para que la recordara y recordase, lo mismo dicho dos veces, pero las cosas importantes deben ser repetidas y las cosas repetidas deben ser importantes. Empezaba así:

12 de marzo de 2005

Caminando por la acera inclinada, me encontré a un viejo amigo, viejo por los años y amigo aún a pesar de ellos. Paseaban juntos, él y su mujer, dándose la mano siempre y besos a veces. Aceleré mi zancada lenta y así es como pude alcanzarlos. 

Jorge y yo habíamos jugado juntos media vida, o al menos durante ese delicado, brillante preámbulo suyo que es la infancia. Demasiado largo (no se olvida), demasiado corto (nunca vuelve). Hay quien se empeña en doblar y retrasar las páginas, pero es inútil: nadie llegó a escribirlas. 

Sea como sea, la cuestión es que nosotros compartimos escondites estándares e ingleses, saltos a la comba o a los muros bajos de jardines anónimos a los que les poníamos nombre (y eran nuestros), juegos de pelota, y un buen puñado de grandes momentos exentos de objetivo, sin finalidad ni fin, gigantescos, vitales, insignificantes. 

Para ser sinceros, incluso yo había olvidado todo eso, pero ante la sola visión del rostro arrugado antes niño, mi mente fue conquistada, viajó lejos, se alegró; Jorge era la trampilla a algún ático lleno de trastos y trozos de alma. 

La primera emoción que tuve o me tuvo fue la alegría, y un muy intenso agradecimiento a esa figura encorvada y el pasado que proyectó en mí, recuperando en el recuerdo un poquito de lo perdido.

Me acerqué, grité: "¡Jorge, Jorge! ¡Cuánto te he echado de menos, amigo!, ¡Cuánto tiempo sin saber de ti!". Al principio no dijo nada ni parecía importarle. Para mi sorpresa, respondió: "¿Quién eres?"
-"¡YO! ¿¡ES QUE NO ME RECONOCES!?" 

No me enfadó su falta de agudeza, pero sí que me sorprendió y contrarió. Era frustrante que alguien por quien tanto luché, y él por mí, me negara de su historia. Lo tomé a broma como pude. "Jorge! ¡Jorge! ¡Cómo puedes no acordarte de mí!", continué insistiendo con la mejor de mis sonrisas.

 Su mujer me miraba mal. y fue quien contestó esta vez: "Por su enfermedad, hace ocho años se quedó ciego." Él lo ratificó: "así es".

Entonces me sentí tan idiota que les acompañé todo el camino a casa y hasta el mismo infierno habría ido, tal era la vergüenza que sentía [...] pero llegado el punto, hermanados, con la mano al hombro, contamos viejas historias que no interesaban a nadie exceptuando su atenta acompañante; y me alegré al envidiar de nuevo a aquel hombre, (como le había envidiado siempre, durante nuestra niñez), porque cuando él revivía aquella época maravillosa, no le contaminaban las luces y formas de la callejuela; y era puro placer, como una obra de arte, reímos un buen rato.

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Fotografía extraída de Photopin, créditos

Diógenes 
<a href="http://www.flickr.com/photos/95343979@N03/14096645059">

Tu Brazo... mi Gran Bastón en la Vida
</a> via <a href="http://photopin.com">photopin</a> <a href="https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/">(license)</a>

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