Vigo es un
nombre perfecto, doble, porque a la vez designa a una cosa (que además es
ciudad), y a una sucesión de otras más pequeñas, contenidas en la primera
(y a la vez incontenibles), que no podrían nombrarse siquiera a través de todas
las demás palabras, para que luego baste sólo un nombre:
Vigo.
Dicen que
París es la ciudad bella, la del amor. No han escrito tanto los poetas, esos que
juntan, separan, remezclan letras, sobre Vigo; no saben por dónde empezar, y
una vez que se deciden, pierden el rumbo, porque esto es un laberinto, que sube
y baja. Y al igual que de mi pecho
cuelga un amuleto –creo que me ofrece el don de la suerte-, hay personas como
amuletos que dan una vez más la oportunidad de levantarse al laberinto de piedra, luces y sombras:
ascendente, glorioso, inacabado.
El otro día
tomé una fotografía de Vigo: caminaba por Príncipe o Balaídos, tal vez Coia y quizás Teis o Samil;
no lo sé, porque tampoco saqué la cámara del bolsillo, así que la fotografía es de un color negro y nada más
que negro; cuando te quiera te regalaré esta foto y en ella todas
las demás: sólo son distintas variaciones en la forma de vaciar la que tienes
entre las manos. Nada
queda por inventar, aquí yacen enterradas las caras y expresiones que pueden mostrar
el ser humano y la naturaleza, y grabados a su lado los versos que alguien –quizás ebrio- va a componer, y los
que todos hemos olvidado.
Serpentean
por Vigo –hacia dentro, hacia afuera- tantos recovecos, callejuelas, apuntes a
pie de página y cuestas escondidas, que nunca podré conocerlos y recordarlos
todos, y por ello, porque me fascina pero no puedo abarcarla, esta ciudad me
posee, nunca yo a ella: siempre quedará algo por ver y recordar de
nuevo.
Sus
afluentes, al no poder contarlos, ¿no es acaso como si ya fuesen infinitos?; y
ahora que -harto de caminar- al fin he llegado a casa, sigo cruzando calles;
suben, se retuercen, desaparecen, se cortan, atraviesan otras, descienden en
picado y todas son invenciones mías pero pertenecen a esta ciudad: porque yo
pertenezco a ella. Cuando dibujan París, es siempre igual, una torre erguida entre los
jardines y la luna. Para dibujar Vigo, necesito una fotografía sin rostro ni
camino, que sea todos los rostros y todos los caminos.
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