martes, 6 de septiembre de 2016

VIGO



Vigo es un nombre perfecto, doble, porque a la vez designa a una cosa (que además es ciudad), y a una sucesión de otras  más pequeñas, contenidas en la primera (y a la vez incontenibles), que no podrían nombrarse siquiera a través de todas las demás palabras, para que luego baste sólo un nombre: Vigo.

Dicen que París es la ciudad bella, la del amor. No han escrito tanto los poetas, esos que juntan, separan, remezclan letras, sobre Vigo; no saben por dónde empezar, y una vez que se deciden, pierden el rumbo, porque esto es un laberinto, que sube y baja. Y al igual que de mi pecho cuelga un amuleto –creo que me ofrece el don de la suerte-, hay personas como amuletos que dan una vez más la oportunidad de levantarse al laberinto de piedra, luces y sombras: ascendente, glorioso, inacabado.

El otro día tomé una fotografía de Vigo: caminaba por Príncipe o Balaídos, tal vez Coia y quizás Teis o Samil; no lo sé, porque tampoco saqué la cámara del bolsillo, así que la fotografía es de un color negro y nada más que negro; cuando te quiera te regalaré esta foto y en ella todas las demás: sólo son distintas variaciones en la forma de vaciar la que tienes entre las manos. Nada queda por inventar, aquí yacen enterradas las caras y expresiones que pueden mostrar el ser humano y la naturaleza, y grabados  a su lado los versos que  alguien –quizás ebrio- va a componer, y los que todos hemos olvidado.

Serpentean por Vigo –hacia dentro, hacia afuera- tantos recovecos, callejuelas, apuntes a pie de página y cuestas escondidas, que nunca podré conocerlos y recordarlos todos, y por ello, porque me fascina pero no puedo abarcarla, esta ciudad me posee, nunca yo a ella: siempre quedará algo por ver y recordar de nuevo.

Sus afluentes, al no poder contarlos, ¿no es acaso como si ya fuesen infinitos?; y ahora que -harto de caminar- al fin he llegado a casa, sigo cruzando calles; suben, se retuercen, desaparecen, se cortan, atraviesan otras, descienden en picado y todas son invenciones mías pero pertenecen a esta ciudad: porque yo pertenezco a ella. Cuando dibujan París, es siempre igual, una torre erguida entre los jardines y la luna. Para dibujar Vigo, necesito una fotografía sin rostro ni camino, que sea todos los rostros y todos los caminos.


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