A raíz de la canonización,
el pasado domingo, de la archiconocida Agnes Gonxha Bojaxhiu, pero no con este
nombre sino el que he reza el título –nunca mejor dicho-, Madre Teresa de
Calcuta; ha ocurrido en mí algo curioso, y supongo que también a
mucha más gente, así que he pensado: por qué no contarlo aquí, en estas “páginas”.
Desde pequeño, mi
cabeza almacenó cariñosamente a esta monja como símbolo, y sí: uno de
perfección y pureza (fuera santa o no, puesto que lo desconocía), lucha
contra la pobreza y la injusticia, etcétera. Pues resulta que ahora el Papa Francisco la canoniza
y se le declara, como decimos, santa, pero esa santidad que yo daba por hecha desde los
albores de mi infancia poco le ha durado.
Ni un día los medios han tardado en
relatar un supuesto “lado oscuro” de la monja: hablan repetidamente de exuberantes
financiaciones que aún no sabemos a dónde han ido a parar, acusaciones
relativas sobre todo a dejar sufrir a los enfermos, renunciar a medicarlos…
Hay incluso quien habla de las casas de su congregación como lugares
de tortura, algo causado por, según dicen, un efervescente
e intratable fanatismo religioso basado en el sufrimiento como método de acercamiento a Dios y a Jesús crucificado. Sienta como una patada en el estómago. Para alguien que parecía ejemplo de bondad y, a las dos horas de
reconocérselo pública y mundialmente, alguien -¿cómo que alguien? ¡muchos!- ya se lanzaron a desacreditarla y destrozar su leyenda,
y lo peor es que la versión que comentan no parece un bulo, una “insidia”, como
diría nuestro Presidente en funciones.
Quizás
ese pensamiento mío era demasiado infantil. Quizás sólo seamos pesados sacos corrompiéndose, compuestos por variadas e intensas mezclas de locuras, instintos, egoísmos, mentiras y trampas; o algo así: no se
me ocurre la palabra exacta y es ya muy tarde -el Sol se ha ido hace cuatro horas ya-.
Al final, no te puedes fiar de nada/ nadie y hasta las rosas blancas tienen un lado oscuro. Me parece imposible, la verdad, que sea mentira todo de lo que se le acusa a Teresa; ojalá alguien lea esto y me convenza de lo contrario. Independientemente de la postura religiosa o no religiosa de cada uno, ambas respetables y no revelaré la mía, creo que cualquier persona de bien necesita poder creer, al menos, en la existencia de personas decentes, inmaculadas. ¿O es que la carne es tan impura?
Resulta que se le
acaban de atribuir dos milagros pero perdónenme, ahora no estoy para
idealismos: vengo de darme de canto contra el frío aliento de la
mediocridad humana.
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