viernes, 5 de agosto de 2016

CAROLINA NICOTINA


Los bolsillos de su vestido están hechos trizas, y sus pulmones desgarrados. Ella hace mucho que no baila, porque su torpe acompañante ha dejado el oficio, y ya no se le espera en este mundo. Tanto le gustó y tan tarde marchó que no quiso buscar más, pero el vestido de Carolina sí que tiene un lagarto pintado, y un corazón y un clavo, y todos los nacidos y los difuntos, porque allí se tejió un Sol, y de él puede salir todo, o nada: ochenta años no le han bastado para saber eso, aunque ahora mira al cielo con un poquito de miedo. 

Llueve, las gotas se deslizan por su cuello y luego escapan por los agujeros de sus botas. No necesita unas buenas, ni siquiera mueve a la vez sus dos piernas cuando camina. Los perros ladran, le distraen y se lo agradece: a veces ya no recuerda ni cuántos años hace que existe. Perdió la cuenta cuando dejó de crecerle el pelo como para  tener que ir al pueblo a cortárselo; así que podría estar ahí, debajo de la viña, indefinidamente. 

Pensaba que llevaría melena toda su vida. Ahora tiene menos pelo que peinar y más cara que lavar. Su frente es un libro abierto y ha escrito en él una línea cada hijo que le ha traicionado. Pero los enfados pasaron: ya son sólo arrugas. Antes podía ser cruel, pero lo diverso y lo adverso le ha reblandecido; intenta sacar bola y su brazo se agita como un loco y eso todavía le hace reír. Conserva todos los dientes pero ninguno es suyo. Ni divina ni adivina, alguno de sus sueños ha logrado, queriendo o sin querer, los demás ya se le escaparon y eso es nostalgia. Hace treinta años fumó su último cigarro, y aún sigue, porque le divierte el fuego. Sólo apaga este puro cuando le rodea una cortina de humo. Empezó a fumar de nuevo para así poder dejar de hacerlo y sentirse sana con ochenta años.

Le quedan sus uvas. Son verdes, redondas, le apasiona recogerlas y ver cómo maduran poco a poco. Su rutina es simple: se levanta y espera frente a ellas. No se vuelve hasta que, por visión o enajenación, le parece que han crecido. Este año se prevee una gran cosecha. El otro día vino Elena sólo para decírselo.  




 Cuando quedaba ya muy poco para la vendimia, sus huesos le empezaron a doler tan fuerte que sólo pudo cerrar los ojos y esperar que pasase. Estaba allí, bajo la viña, sintiendo el dolor y luego todo lo demás, girando alrededor, como planetas pequeños. No tenia fuerzas y tampoco quería gritar. Con las horas, los calambres retrocedieron un poco y pudo permitirse unas lágrimas. Al caer la noche, arrastró sus pies hacia la cama y allí naufragó una semana, hasta que llegó el día y un grito silencioso le obligó a salir.

Como no podía, como sus brazos parecían romperse cuando los separaba del cuerpo, se tumbó allí, en la piedra dura que le quebraba las costillas, odiando a sus propios ojos por hacerle ver cómo se esfumaba un año. Había sido tan duro el trabajo, y fructífera la estación, pero lo único que estaba en su mano era quedarse allí mirando cómo se pudría con ella todo su cariño y esfuerzo, su vida entera.

Pero pero pero sintió que la elevaban: un brazo una pierna cinco diez cuerpos y era alta como en su juventud y alcanzaba las cepas más altas y le mareaba la luz y las voces gritaban y pedían perdón mientras corrían por todas partes; se arrodillaban ante ella y cosechaban la uva y recogían sus lágrimas porque eran sus hijos, sus nietos, y la habían abandonado. La besaron y se hundieron en sus frías mejillas, que cruzaban como ríos las tímidas sospechas de ser amada.



 FOTOGRAFÍAS SACADAS DE PHOTOPIN

 FOTOGRAFÍA 1- photo credit: <a href="http://www.flickr.com/photos/79833893@N00/6422883879">La fuerza de los años</a> via <a href="http://photopin.com">photopin</a> <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc/2.0/">(license)</a>



FOTOGRAFÍA 2- photo credit: <a href="http://www.flickr.com/photos/26366268@N05/6339910476">VHGU Por qué se fue?</a> via <a href="http://photopin.com">photopin</a> <a href="https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/2.0/">(license)</a>

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